LAS LECTURAS
PRIMERA LECTURA: Lectura del libro del profeta Isaías 60, 1-6
SALMO RESPONSORIAL: Sal 71, 1-2. 7-8. 10-13
SEGUNDA LECTURA: Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los
cristianos de Éfeso 3, 2-6
LECTURA DEL EVANGELIO: Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San
Mateo 2, 1-12
Queridos
hermanos y hermanas
Por
la gracia de Dios y guiados por la luz del Espíritu Santo, nos reunimos hoy en
el nombre del Señor Jesús para bendecir a Dios, alabarlo, adorarlo,
glorificarlo y también nos reunimos para celebrar con gozo y alegría el
misterio del amor y el misterio de la
salvación. Precisamente, hermanos y
hermanas, hoy celebramos la solemnidad de la Epifanía del Señor. Es la
manifestación de Dios a la humanidad, en especial, es la manifestación del amor
y de la misericordia de Dios a cada uno de nosotros. La Epifanía del Señor es la continuación de la
manifestación de Dios en el Antiguo Testamento, en la natividad del Señor y en su
bautismo, que se culmina en el misterio pascual de Cristo. Todo esto nace de la
iniciativa divina para la salvación del hombre.
En
el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta a su pueblo mediante los
acontecimientos naturales y con un mediador, por ejemplo Moisés. A través de
él, Dios hablaba a su pueblo. Esta manifestación es para liberar al pueblo de
la esclavitud. El acontecimiento de la manifestación de Dios en el Antiguo Testamento
prefigura la venida de Jesús en el mundo. Ya en el Nuevo Testamento, el
acontecimiento del nacimiento del Señor es la manifestación del misterio de la
Encarnación; Dios se hizo hombre tomando nuestra naturaleza humana para darnos
la dignidad como hijos de Dios. En el Bautismo del Señor, se manifiesta la Trinidad
y da comienzo la predicación del reinado de Dios. Todo esto se culmina en el
misterio pascual, un misterio de amor, donde Jesús por la obediencia al Padre,
quiso morir para el perdón de los pecados. La muerte de Jesús es la
manifestación del amor inmenso de Dios a la humanidad. Jesús no se quedó en la
muerte, sino que resucitó. Su
resurrección es la manifestación de la vida eterna y es la garantía de nuestra futura resurrección.
También,
la Epifanía del Señor es conocida como la fiesta de las luces. Porque el Niño
que nace es Dios, es la luz de las
naciones que predijo Simeón, el anciano en el templo. Por eso, en la primera
lectura, el profeta Isaías, destaca la figura de la Luz que resplandece en
medio de Jerusalén; esta luz es la gloria de Dios que ilumina y resplandece en
medio de las tinieblas. Este es precisamente el símbolo de la ciudad Santa,
Jerusalén, donde de ella nace la luz de las naciones, la luz que ilumina el
mundo entero y la luz que ilumina a cada uno de nosotros que estamos atrapados
por las tinieblas de nuestros egoísmos, nuestra soberbia, nuestro orgullo y
nuestras idolatrías, etc.
En
la segunda lectura, San Pablo habla sobre la gracia de Dios. Y por esta gracia,
el misterio de Dios es revelado a los hombres. Y ¿cuál es el misterio de Dios? el
misterio es el amor hecho persona, y la persona es Jesucristo, el revelador del rostro amoroso
del Padre y Él es la luz de las naciones. Esta es la gracia de Dios que se nos
ha derramado y revelado por medio del Espíritu Santo, para que seamos coherederos
de la misma herencia, miembros del cuerpo y partícipes de la promesa en
Jesucristo.
Y
en el evangelio, San Mateo resalta la figura esperada, “El MESÍAS” y el rey de los judíos, que nace en la ciudad
pequeña y humilde de Belén. La condición del nacimiento del Mesías y rey de los judíos nadie la esperaba, pues un
lugar pobre y humilde no es digno para un rey.
Pero Dios en su grandeza se dignó humillarse y quiso estar con los más
necesitados. Es el rey, pero no es un
rey político, sino el rey del corazón. El Rey que impone el amor, la misericordia, la humildad, el perdón, y el
servicio. Un rey que no busca el poder humano, sino que lucha por el amor, por
la justicia, por la vida, por los pobres, por los marginados, y por los
discriminados.
El
niño es el Mesías, el Dios hecho hombre; por eso, es adorado por los Magos,
quienes guiados por la estrella iban al encuentro del Niño. Ellos representan a
la humanidad entera, que está en el camino guiado por la luz del Espíritu Santo
rumbo al encuentro con Cristo, para rendirle homenaje. La
manifestación de Dios en la persona del Niño Jesús, es la manifestación de la
humildad y humillación. Dios que es poderoso se hizo débil, tomando nuestra
naturaleza humana y se hizo uno más de nosotros con la finalidad de invitar al
hombre a la comunión con él. Los dones
ofrecidos por los Magos afirman la divinidad del Niño y también prefiguran la
vida de Jesús hacía la muerte. Es el Dios que se hace hombre por amor y para el
amor. Por eso, también estamos invitados
a abrir nuestros corazones, ofreciéndole a Dios nuestro amor y nuestra vida, como
respuesta al amor que viene y que vive en medio de nosotros.
También
San Mateo, no deja de lado la destacada figura de la Virgen María. Ella es la
testigo viva, siempre presente al lado
de su Hijo. Ella es la madre y modelo oferente.
Que ofrece a Dios a la humanidad. Una madre que en silencio nos enseña a
llevar la luz de la vida en medio de las tinieblas, para que nosotros por la
luz de Cristo nos convirtamos en luz para los demás.
También,
hermanos y hermanas, la epifania es el tiempo de la manifestación del amor
misericordioso de Dios. El Dios que se manifiesta en la persona de Jesús es el
Dios del amor, que en su infinita bondad ha querido salvar a la humanidad. La
misericordia de Dios no surge por los méritos del hombre, sino brota de la
iniciativa divina para invitar al hombre a estar en la comunión con Él. La presencia de Dios que es suma misericordia
en medio de nosotros, no es para reclamarnos, y mucho menos para castigarnos,
ni destruir las enseñanzas de la vida; su presencia es para enseñarnos el amor,
la justicia, la comunión, y viene a perfeccionar la vida, para que el hombre
pueda vivir en el amor, como nuestro Dios es amor y que se relaciona con sus
hermanos en el amor.
Por
eso, la invitación para nosotros es que seamos portadores del amor y
misericordia de Dios. Pero primero que seamos misericordiosos con nosotros
mismos y luego con los demás. Ser misericordioso no solamente con las palabras
bonitas de exhortación, sino en acciones concretas, como: perdonar a los que
nos ofenden, pedir perdón a los que hemos ofendido, obrar la caridad, visitar a
los enfermos, a los encarcelados, a los ancianos abandonados, vestir a los
desnudos, dar pan a los que tienen hambre, etc.
Por
eso, queridos hermanos y hermanas, estas tres lecturas nos exhortan y nos
invitan a vivir con alegría y con gozo la presencia de la luz y la presencia de
Dios en medio de nosotros, en el cual estamos llamados a ser:
En
primer lugar: signo de la luz. En Jesús nos convertimos en portadores de la luz. Tenemos la tarea de
llevar la luz de Dios a todas las personas que todavía están atrapadas por las
tinieblas.
En
segundo lugar: portadores de la gracia de Dios. Movidos por la luz del Espíritu
Santo, damos testimonio de vida, hacemos llegar a los demás la gracia de Dios,
para que mediante nuestras acciones y palabras sembremos la semilla de la Palabra
de Dios en cada corazón del hombre.
En
tercer lugar: como los Magos que abren sus cofres y ofrecen los regalos. Para
que podamos abrir nuestro corazón, nuestra mano, nuestra hospitalidad ante las
necesidades de los demás. Ofreciéndoles nuestro mejor regalo que es el amor, y acoger
a cada hombre como hermano, sin distinción de religión, estatus social o
familiar.
En
cuarto lugar: inspirándonos en la Virgen María como modelo oferente. Para que
seamos personas que ofrecen el rostro del amor de Dios, la vida y la atención a
las necesidades de los demás. Y lo más importante: mostrar el rostro
misericordioso de Dios a los que sufren.
En
quinto lugar: ser misericordiosos. Dios por la misericordia se dignó venir al
mundo para estar en medio de nosotros. Y por eso, estamos invitados a ser
misericordiosos con nuestros hermanos. Para que seamos reconocidos como hijos
de Dios del amor.
Por
eso, la misión de cada uno de nosotros es llevar la luz de Dios y su rostro
amoroso a los demás, y así juntos aclamemos con el salmo: “todos los pueblos de
la tierra alaben al Señor”.
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