LA VENIDA DEL MESÍAS EL SALVADOR, ES EL TIEMPO DE LA ESPERANZA Y SALVACIÓN




 

  1. LA VENIDA DEL MESÍAS EL SALVADOR

1.         EL SER HUMANO INMERSO EN EL PECADO


El pueblo Israel es un pueblo infiel, de cabeza dura, sabiendo que tienen una alianza con Yahvé, pero se marchó de la presencia de Él para mezclarse con el pueblo pagano, toma sus actitudes malas y sumergiéndose en el pecado. El profeta se reconoce a sí mismo y a su pueblo como pecador, culpable sobre todo de soberbia[1]: ésta es lo contrario de la fe, y ellos confían en las alianzas humanas y en las riquezas que dan motivo a la vanidad de las mujeres y los hombres y que confían tanto a su cosas materiales (sus riquezas) y dejando adorar a Yahvé, también la seguridad basada en las fortificaciones y en las armas, y la opresión de los más débiles. Esta situación de pecado también se reprocha a los pueblos cercanos, especialmente a los asirios.

El pueblo Israel traicionó a Yahvé de manera adorar otros ídolos. La polémica del profeta contra los ídolos[2]  Primero: ironiza hasta el extremo a Dios  el hecho de que adoran a los ídolos que son producto del hombre, obra de las manos de artesanos. Comparando los ídolos hecha por el hombre con Yahvé. Este acto, provoca la ira de Dios donde los entregó en las manos de los enemigos. El segundo aspecto de la polémica se refiere al anuncio de los acontecimientos. El segundo aspecto de la polémica se refiere al anuncio de los acontecimientos. El Dios de Israel se presenta como el que ha anunciado de antemano los acontecimientos que suceden en el presente. Esto constituye una prueba irrefutable de la superioridad del Señor respecto a los ídolos. Estos dos aspectos de la controversia conducen directamente al punto central: no hay otro Dios que el Señor: “Yo soy el primero y el último; no hay ningún dios fuera de mí” (Is 44, 6).

 

 

2.         DENUNCIAS Y CASTIGO

El profeta, siguiendo con una originalidad evidente las huellas de Amos, proclama el juicio divino apelando a una denuncia social contra la clase dominante envuelta en lujos, codiciosa e injusta, y desenmascara la absurda pretensión de unir crimen con festividad (Is. 1,13). Además, pone de manifiesto -desde el punto de vista político, el carácter condicionado de las promesas referentes a la elección de David y de Jerusalén. En ese doble ámbito social y político se abre camino el anuncio mesiánico.

La ira del Señor se dirigía a pueblo de Judá que había rechazado la Torá del Señor y no había cumplido Sus ordenanzas.[3] Venden a los justos, por su propio interés, y oprimen a los pobres y desvían  el camino de los humildes, vendían a los deudores porque no pueden pagar algunas deudas insignificantes, El hombre puede continuar insensible, pero Dios no permanece silencioso. Estas acciones provoca la ira de Yahvé que viene a castigarles irremediablemente, donde convierte sus fiestas en duelo, Y todos sus cantos en lamentaciones. Cualquier pecado conlleva la semilla del castigo del pecador, puntualmente anunciada por el profeta. Habrá anarquía y sustracción de bienes, hambre, sed y esclavitud, devastación, invasión, asedio y abandono. El punto culminante del castigo consistirá en cerrar el corazón, mediante el endurecimiento, ante el Dios que habla. Esta situación, que también experimentan los opresores extranjeros, cuando se produce la destrucción del ejército asirio. Por lo tanto el castigo no sólo para el pueblo de Israel, sino también para el pueblo Asiria.

  1. EL EMANUEL

En Isaías 7,10-17, es un oráculo entre el profeta y rey ajaz, La doncella está encinta y va a dar a luz u n hijo, y le pondrá el nombre de Emmanuel[4] en el encuentro entre el rey y el profeta, constituye un signo de esperanza gracias al nombre que anuncia el retorno de un resto. El niño que está a punto de nacer, brinda el motivo de tanta esperanza, porque “Dios está con nosotros” como afirma el término Emmanuel. En el versículo 14-17 (el Señor mismo os dará una señal: Mirad: la doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá el nombre de Emmanuel. comerá cuajada y miel hasta que sepa rechazar lo malo y escoger lo bueno. Pues antes de que el niño sepa rechazar lo malo y escoger lo bueno, será abandonado el país ante cuyos dos reyes tienes miedo. Yahveh traerá sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre días como no han llegado desde el día en que Efraím se separó de Judá, es decir: al rey de Asiría) habla propiamente de un señal de que el Mesías nace de una mujer, y es uno de su linaje. El aspecto central del mesianismo consiste en la esperanza de un mundo justo, fuente de felicidad para las personas, que se lleva a cabo gracias a la intervención de un mediador llamado precisamente Mesías (es decir, ungido) que reconcilia al ser humano con Dios. Este Mesías asume los rasgos de los protagonistas que surgen en un momento determinado: el rey, el profeta o el sacerdote. Para Isaías el Mesías posee los rasgos regios, encarnados en el pequeño Ezequías que alimenta la esperanza cuando nace en difíciles circunstancias (Is 7), cuando sube al trono (Is 9) y cuando se convierte en único símbolo de un futuro rey justo (Is 11).

Por lo tanto, Isaías lleva a cabo una referencia doble: al rey actual y a un niño esperado, o en otras palabras, se mueve en dos planos distintos. Existe una atmósfera de alegría  y de luz. Un optimismo tan grande se justifica debido al final del opresor dominio asirio (yugo, carga, vara, bastón) y la consolidación de la paz, puesto que ha surgido un fuego que ha quemado todos los signos de la guerra, y sobre todo, porque se ha dado un hijo al pueblo. El niño recibe cuatro títulos que, si bien evocan el protocolo de las coronaciones egipcias, implican elementos adicionales al estilo propio de una corte: consejero, héroe, padre y príncipe. Se emplean cuatro adjetivos que lo elevan a un nivel superior: portentoso, divino, eterno y pacífico. Su propósito consistirá en fortalecer el derecho y la justicia, como misión propia de quien ocupa el trono de David.

II.        EL PLAN  SALVÍFICO DE DIOS

La palabra definitiva de Dios consiste en la salvación que se inicia gracias a la existencia de un resto formado por los discípulos, por aquellos que se apoyan en el Señor y confían en aquel que los espera para tener piedad de ellos y para introducirlos en un reino de justicia y de paz, de libertad y de alegría en una Sion /Jerusalén renovada y gobernada por un rey ideal, el Mesías davídico. Isaías es el que desarrolla mejor que nadie el tema del mesianismo Sintetiza en esta figura las grandes tendencias de la esperanza de Israel. El futuro descendiente de David se convierte así en el centro de una visión unitaria y religiosa de la historia, que no sólo es futura, sino también presente.

  1. ESPERANZA

El pueblo Israel anhela y desean volver a Jerusalén la Ciudad Santa. Aunque están en el destierro, tienen la esperanza que Yahvé vendrá a salvarles. Por eso, El clima es el de la espera de una partida inmediata. Los desterrados van tras la justicia, buscan a Yahvé (51, 1), llevan en el corazón la ley del Señor (51, 7):[5]  el pueblo Israel confía en Yahvé viene a ayudar, a liberar  y dar les la alegría que ha perdido por los pecados cometidos. La esperanza de Israel es volver a la ciudad para dar culto a Yahvé y construir una cuidad nueva. Israel confía que Dios no les abandona aunque han pecado contra Él, porque ama más que una madre; En efecto, el amor de una madre no sufre menoscabo, porque no está condicionado por la respuesta del niño, es un dar irrefrenable que no busca correspondencia. Aunque Israel ha olvidado de Yahvé, pero Él jamás se olvida de ellos. Siempre estará para protegerlos y salvarlos.

La situación del destierro ha causado sufrimiento al pueblo Israel. El sufrimiento del pueblo es el motivo de la esperanza en la difícil situación del regreso y proyectan un nuevo rostro de Dios que impulsa al hombre a cambiar de vida. El Señor es invocado con un nombre nuevo: “El que todavía reúne”, aclarando así que al mero retorno a Jerusalén le habría debido seguir la formación de una verdadera comunidad[6]; Dios pide además un comportamiento religioso atento a las exigencias de los pobres, a los que envía a su consagrado para que anuncie su mensaje. Promete, en fin, que habrá cielos nuevos y una tierra nueva. Esta es la comunidad nueva que es basado de una caridad y el amor. Por eso, la esperanza a la acción de Dios que reúne a su pueblo  indica el retorno a la patria y la posibilidad de resolver problemas inmediatos de convivencia, además, al creyente se le invita una vez más a mirar adelante y a adquirir fuerza en virtud de las renovadas promesa divinas para superar la difícil vida cotidiana.

En el segundo del libro del Isaías, Sus textos y su ministerio son el fruto de la esperanza. Una esperanza que echa raíces en la historia de la relación del pueblo con el Señor.[7] Una relación concreta, tejida de momentos de gozo y de dolor, que camina incesantemente hacia un futuro mejor y hacia una intimidad más profunda. Es precisamente esta esperanza la que le permite creer en la posibilidad de la liberación del pueblo, en un Dios que quiere y puede salvar a su pueblo. Esta fe en el Dios que salva, impregna todo el libro del profeta y le da un acusado tono de alegría. La alegría del profeta, la alegría de Jerusalén, es la alegría de vivir, de poder vivir. Los textos del Segundo Isaías, por su esperanza y por su alegría de poder vivir, son una invitación al creyente. Una invitación a la misma esperanza y a la misma vida. Tienen, incluso, el poder de provocar en nosotros esta esperanza y este gozo ilimitados, allí donde nos encontramos, como respuesta a nuestros problemas, como luz en nuestros caminos. No se trata de imitar, sino de vivir la misma vida.

  1. UNA MIRADA AL FUTURO
     

La apocalíptica es el grito que los oprimidos elevan al Señor que viene en su ayuda. Para ella el mundo está dividido en dos grupos contrapuestos: oprimidos y opresores, buenos y malos, salvados y condenados. En el segundo de Isaías, la partida desde Babilonia y el regreso a través del desierto, ya no a la tierra prometida sino a la ciudad, a Jerusalén, lugar de encuentro y de comunión.[8] Este segundo éxodo constituye una realidad nueva, no una mera reiteración del primero, y es fruto de un acto creativo y redentor de Dios. La dimensión salvífica se anuncia aquí a través de la salud física de los sentidos humanos que facultan para la vida en sociedad: la capacidad de ver, oír y caminar. El Señor ha dado una primera respuesta mediante las obras de su Hijo, que ha cumplido el anuncio de Isaías: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el evangelio a los pobres”  (Le 7,22), es decir, se les libera de su precaria situación. La acción de Jesús ha otorgado credibilidad a las palabras de Isaías y ha iniciado un movimiento que confía a los suyos el compromiso de continuar el proceso de liberación y acompaña con prodigios sus obras hasta el último día, cuando el poder divino elimine todas las limitaciones y debilidades.

  1. JUSTICIA Y SALVACIÓN

En el Is 44, 24 - 49, 13, habla de la justicia una realidad de origen superior, celeste, pero también enraizada en la tierra, donde testimonia la fidelidad divina: es sinónimo de salvación. “Abrase la tierra y germine la salvación, para que la equidad brote a la vez (Is 45, 8),  Un Dios justo y salvador no existe fuera de mí (Is 45, 21), Yo hago que se acerque mi justicia, no se aleja, y mi salvación no se demora (Is 46, 13)”. Dios es justo en cuanto fiel a las promesas libremente hechas: salva sin que medien los méritos del hombre, sino por amor y su libertad. El destierro producido por los pecados del pueblo hace que resalte el apelativo de justo. La salvación que excluye confusión y vergüenza para quien tiene confianza, pertenece perennemente a Dios porque así lo quiso. La justicia es el fundamento de la salvación, la cual verifica y da consistencia a las promesas.

La justicia y la salvación de parte de Dios es el fruto del amor infinito de Dios. Para que el pueblo goza la salvación de Dios, se debe hacer el acto religioso que se realiza en el culto a Dios verdadero. El juicio de Dios es proviene de un culto idolátrico  concuerda con el emitido pocos años antes por los dos profetas del Norte: Amos y Oseas[9]. “Haced cuanto os place” (Am 4, 5); “Odio, desprecio vuestras fiestas, no puedo soportar vuestras asambleas” (Am 5, 21). “Porque amor quiero yo y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”  (Os 6, 6); “Sacrifican carne y se la comen, pero Yahvéh no se complace en ellos... tendrán que volver a Egipto” (Os 8, 13). La búsqueda de la fuerza y del poder en cultos idolátricos análogos a los condenados por Oseas (4, 13) es pura ilusión. Por lo tanto el hombre es a menudo destruido por su pecado antes de que el juicio de Dios llegue a confirmar la situación desastrosa. Entonces se necesita un culto agradable y verdadero con un corazón contrito ante Dios. El culto es, en efecto, también memorial de los actos salvíficos realizados por Dios en la historia, es actualización de los sacramentos de Dios.

 

 

 

 

 

 



[1] Marconcini Benito, Guía Espiritual del Antiguo Testamento, El Libro de Isaías I (1-39), Barcelona: Editorial Herder 1995. P 27-28.
[2] De Brouwer Desclée, El profetismo, desde su origen hasta  la época moderna, Bilbao: editorial Desclée De Brouwer, S.A. 1987 p 65-66
[3] j.Heschel Abraham, Los Profetas I. El Hombre y su Vocación, Buenos Aires: Editorial Paidos 1984, p 76-77
[4] Ibid, Marconcini Benito, Guía Espiritual del Antiguo Testamento, El Libro de Isaías (1-39), p 101-102
[5] Marconcini Benito, Guía Espiritual del Antiguo Testamento, El Libro de Isaías II (40-66) Madrid: Editorial Ciudad Nueva 1996 p. 23-24
[6] Ibid, p. 199.
[7] Ibid, Asurmendi Jesús, El Profetismo, desde su origen hasta época moderna, Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer 1987, p. 69
[8] Ibid, Marconcini Benito, Guía Espiritual del Antiguo Testamento, El Libro de Isaías (1-39) p. 175.

[9] Ibid, Marconcini Benito, Guía Espiritual del Antiguo Testamento, El Libro de Isaías II, p. 90

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